Desde que estamos en el vientre materno hemos venido acumulando en nuestros organismos un cierto grado de estrés. También de mal nutrición y de intoxicación, en forma gradual y crónicamente. A esto se suma un mantenimiento deficiente e inefectivo. Ahora podemos entender porque la condición inestable de salud y enfermedad, es un equilibrio más o menos precario en la mayoría de nosotros.
Neutralizamos la reacción del cuerpo
Esta pobre condición de salud, es más cercana a la superviviencia que a la plenitud y el bienestar. Suele ser puesta en jaque frecuentemente cuando nos agrede algún factor externo (o interno). Ya sea de naturaleza traumática, tóxica, infecciosa, etc. Que nos desestabiliza. Por ejemplo: si consumimos algún alimento en mal estado como un yogurt pasado. Se genera en nosotros una desagradable sensación de náuseas. Posiblemente ocurra el vómito y se acompañe con diarrea. ¿Ante esta situación qué es lo que solemos hacer? Seguramente que, para sentirnos mejor nos auto medicamos un antivomitivo y un antidiarréico.
Ahora me pregunto, ¿la razón por la que se produjeron las náuseas y se aceleró el tránsito intestinal, acaso no fue para impedir que se absorbiesen los tóxicos que ingresaron a nuestro cuerpo? Entonces, ¿qué lógica puede tener impedir los vómitos y detener la diarrea?
De manera muy similar nos comportamos cuando experimentamos un aumento de la temperatura. O síntomas gripales, o flema y tos. Es decir, no vacilamos en tomar de inmediato antipiréticos, antigripales o antitusígenos. Sin medir las consecuencias. No nos detenernos siquiera un momento a reflexionar en cómo nos sentimos. Qué nos afecta, o qué nos podría estar pasando. Estamos cometiendo un grave error porque el estado de emergencia y los mecanismos de defensa que se activan no son el enemigo. Al contrario, son la solución misma que nuestro organismo ha implementado para restaurar el equilibrio.
Trastornos Agudos y Crónicos
Es muy importante entender que todo proceso intempestivo de defensa a lo que solemos llamar enfermedad aguda no es más una afectación global causada por factores externos y/o internos que nos agreden. Ante los cuales los mecanismos fisiológicos de autorregulación son insuficientes. Por lo que se activan las defensas de emergencia con la intención de restituir el equilibrio normal. También limitar el daño y preservar la vida. Cuando por el uso indiscriminado o inapropiado, recurrimos a medicamentos que bloquean los mecanismos de autorregulación y defensa. Permitimos con ello que los tóxicos que estábamos tratando de expulsar se absorban, pasen a la sangre y posteriormente se acumulen.
Así como las toxinas se acumulan, permitimos también que se profundicen las carencias nutricionales y las consecuencias del permanente y desgastador estrés. De esta manera creamos las condiciones para que se interfieran los mecanismos desintoxicantes y regeneradores. Así, avanzamos de una condición de simple disfuncionalidad hacia una de daño anatómico, en el cual comienzan a aparecer trastornos en las estructuras celulares que llevan al colapso celular y a la degeneración.
Los síntomas deben investigarse y los procesos agudos debe permitírseles que sigan su curso.
Es así, de una forma gradual e insidiosa vamos contribuyendo a la creación de una enfermedad crónica. La cual, representa algo muy diferente a un proceso agudo de defensa pues es la manifestación de un colapso terminal que presenta períodos de calma y períodos de reagudización. Los cuales son como válvulas de escape a través de las que cada organismo encuentra una manera de drenar parte de la sobrecarga de tóxicos, toxinas, presiones y conflictos que soporta. Sin embargo, no puede evolucionar hacia la recuperación.
Si la fiebre no supera los 40º C se puede tratar con medios físicos. También con mucho líquido y con bastante reposo.