Crecí rodeado de mujeres.
De ellas aprendí que la felicidad es nuestra condición natural, el contexto sagrado donde se forja el amor. Ese idioma vibratorio que se habla en todo el Universo.
Mi bisabuela Quintina, indígena Quechua, me devolvió la vida y la salud en un ritual sanador, luego de que la ciencia médica se había dado por vencida. Ella sembró en el jardín de mi corazón las semillas de la sabiduría ancestral que luego germinaron y crecieron.
Son precisamente esos frutos que traigo para compartir contigo en esta colección de cartas, secretas semillas con poder transformador.
Crecí hasta la adolescencia con Juana, mi abuela aymara. Ella me enseñó la fuerza del amor incondicional y el hacer las cosas por el placer de hacerlas. Mi abuela, en sensualidad mística, disfrutaba en público de los cinco sentidos y, a solas, en la intimidad de su amada soledad, de ese sexto sentido, tan prohibido como imprescindible.
Con Margarita, mi madre, me inicié en la dialéctica sutil de la conexión con la naturaleza, ese acercamiento iniciático con la Madre Naturaleza. Con ella también aprendí la importancia del matriarcado, la abolición práctica de lo patriarcal, la insurrección femenina forjada desde la insatisfacción explosiva cada vez que veía amenazada su libertad.
También descubrí con mi madre que el sexo fuerte no es el hombre, que la mujer despierta posee indisimulable superioridad. La belleza y magnetismo femenino brotan de su libertad lúcida, de ese lenguaje corporal que destella magia; me consta que la mujer despierta escribe poesía con su cuerpo y expresa tantas cosas con su silencio.
Me tocó ocupar de forma provisional el legado que garantice la transmisión de este conocimiento, gracias al cual me llego a declarar feminista. Retomado el linaje, recuperada la herencia de sabiduría vivencial, descifrado el enigma, a la hora marcada, todo esto será entregado a Wayra, mi hija.
Wayra, desde su juventud, cincela sin pudor ni rubor los contornos de su libertad. Cree en la utopía, le atrae lo imposible y siente la imperiosa urgencia de vivir el presente, con la pasión y el desapego de quien ya sabe que la vida es movimiento.
La mujer sagrada
La mujer tiene el desafío global de hacerse cargo del mundo, después de despertarse y constatar que la vida es una experiencia única e irrepetible por la que es preciso pasearse con lucidez evolutiva; preguntarte por ejemplo ¿Qué significa para ti haber nacido mujer? O constatando vivencialmente que la vida en principio no tiene sentido, que vinimos a dárselo, porque en esa dinámica nos encontraremos, podremos conocernos, transformarnos, amarnos y disfrutarnos.
Soy Chamalú, nací en los Andes y en la selva de Bolivia, soy un anexo del Universo. Vine para entregarte una herencia disfrazada en forma de cartas, en ella reafirmo que la vida es otra cosa. ¿Será que esto llegó entre tanta gente, precisamente a tus manos?
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