Hace algún tiempo sentada en mi silla de leer sentí un gran impulso de hacer cambios en mi habitación. Quería renovarla y comencé recordando las sabias palabras de mi amiga Paula. “Cuando abro mi clóset y miro que no me he puesto una de mis ropas en los últimos tres meses, la saco. Si no la he usado es porque no la necesito”.
Reconocí entonces que me sentía muy agotada. Que todo el ambiente estaba muy pesado. Era en el exterior en donde había tenido la oportunidad de experimentar, luego supe que realmente estaba ocurriendo dentro de mí.
Fue un ejercicio maravilloso, me permitió reconocer que también tenía trastes en mi interior que bien valían la pena renovar.
En la medida que iba depurando mi clóset así mismo sentía más energías dentro de mí. Fue como un gran despertar.
Comprendí entonces que de nada servía acumular conocimientos y sentimientos, si no me hacían sentir bien y, más aún, si no los ponía al servicio de los demás.
No resultó fácil desprenderme de la blusa que con tanto cariño me había regalado mi madre en mi cumpleaños, no me sentía a gusto cuando la usaba, pero, ¡me la había dado ella!
Vaciar el clóset
Era un profundo apego, y pude comprender que el amor hacia mi madre quedaría intacto aún si me desprendía de ella, de la blusa. De inmediato comencé a revisar mi saco interno.
Comencé a darme cuenta de tantas otras cosas dentro de mí, de tantas barreras emocionales que quería soltar, era un gran paso, cómo hacerlo era el otro paso que no sabía.
He soltado por voluntad propia o porque la vida misma me ha conducido a hacerlo. Soltar cada cosa material me ha enseñado a soltar las emocionales. Un enorme trabajo que no se hace de la noche a la mañana.
Y aunque algunas veces he vuelto a guardar en mi clóset viejos recuerdos, no es que sea malo, solo que he comprendido que es parte del torbellino necesario al reconocer el avivamiento interior, ese que nace del corazón y que está conectado con Dios, nuestro creador. Es el comienzo, es el despertar. Y es maravilloso.
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