¿Cuántas veces has escuchado esa frase que dice que: «cuando haces lo que te gusta, nunca trabajas»?
Es cierta, te lo digo por propia experiencia. Es fabuloso disfrutar de tu profesión.
Sin embargo, también te digo que cuando te encanta lo que haces, es muy fácil caer en la trampa de trabajar sin límites. Sin horarios y olvidarte del ocio y el disfrute como tal en tu vida.
Durante mucho tiempo viví a ciegas esa situación, trabajando y trabajando el día entero. Dándome el permiso de parar solo para comer y dormir.
La excusa era perfecta: «me encanta mi trabajo».
Si alguien venía y me proponía dar un paseo o salir a tomar algo, aceptaba gustosamente, pues siendo la dueña de mi propio negocio, tengo esa libertad y lo adoro. No obstante, pocas veces salía yo por mi cuenta para disfrutar de algo que no fuera mi profesión.
Mi principal objetivo era no tener que salir a buscar un trabajo que me esclavizara con un horario establecido por otros. Y que además, fuera incompatible con cuidar de mis hijos.
Pero no me daba cuenta de que yo misma me estaba encarcelando.
Poner límites no suele ser sencillo
Hasta que un día mi hijo me dijo:
-«Qué rollo, mami, que te guste tu trabajo, porque trabajas todo el día». Y siguió… -«te voy a ayudar a ponerte un horario y así podrás jugar con nosotros, descansar más y hacer otras cosas».
¡¡Oh Dios mío!! ¿Qué estoy haciendo…? –pensé-
Primero, cómo es posible que esté dejando escapar la infancia de mis hijos sin disfrutarla al máximo, sin dedicarle tiempo de calidad, y todo porque al trabajar desde casa creo que ya estoy con ellos.
Y en segundo lugar, ¿qué ejemplo les estoy dando a mis hijos? ¿Crees que viéndote trabajar tanto, ellos querrán algún día imitarte? ¿Buscarán elegir un trabajo que les apasione o pensarán que es demasiado sacrificado?
A partir de ese momento, entendí que es maravilloso amar mi profesión. Pero más importante es encontrar el equilibrio en mi vida y disfrutar de todo lo que ya tengo a mi alrededor.
Ahora dime tú… ¿amas tu profesión o amas tu vida?