La humildad une a los hombres, sabias palabras de Sócrates. Y pienso enseguida en Neo, mi nieto. No he conocido otra persona con tanta humildad como este pequeño de 8 años. Su naturaleza esboza dulzura y a mi parecer, es la clave. Me encanta cuando me dice Dios te pague, nona.
He visto momentos en que, junto a su hermana, juegan y pelean. Pero también he observado con que naturalidad le pide disculpas cuando de aceptar su falta se trata.
Es un ser que aprecia la naturaleza, observador por excelencia y mediador ante circunstancias difíciles. Flexible para buscar respuestas de solución.
Dios te pague
Bienaventurados los humildes, de ellos es el reino de los cielos. Libres de arrogancia, orgullo y vanidad, y de eso carece Neo. Él reboza en amor, procura ser amable y muy cariñoso. Ha sido un gran maestro para mí, me ha enseñado lo que es aceptación.
Recuerdo una ocasión cuando desayunábamos y en el menú había yuca cocida. Me dijo, nona, a mí no me gusta mucho la yuca, pero yo me la como porque es lo que serviste. Ni siquiera yo, lo habría dicho mejor.
En él no hay mezquindad, comparte sus golosinas con quienes este en su momento. Una vez estando en el parque le entregó su galleta a otro niño que no había llevado. Luego me dijo, yo sé que en casa quedaron más.
Con toda certeza puedo decir que la humildad es un don de Dios. Pero también lo podemos adquirir con base en nuestro conocimiento y nuestro trabajo interior. Descubriendo nuestras debilidades y haciendo uso de nuestras fortalezas para poner toda nuestra energía en ellas.
Cada vez que Neo termina de comer, tanto como si le ha gustado o no me dice ¡Dios te pague nona!
Para mí es la mejor lección de humildad.
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